Rescate.
Hace ya algún tiempo comencé a buscar un libro que leí en mis años escolares. He encontrado el título, pero ninguna de las nuevas ediciones mantiene las ilustraciones que tanto me hicieron soñar. Así que dado que mi búsqueda por internet ha sido del todo infructuosa, hoy me he decidido por buscar en una librería de viejo.
Ya conocía la tienda. Había asomado mi cabeza tímidamente alguna vez. Pero hoy me he sumergido de lleno en el espacio con más libros por milímetro cuadrado de todos los que conozco.
El bullicio de la carretera cercana se apaga al entrar en la librería y de fondo, el sonido de una emisora de radio con música tan variada, que de primeras crea un esperpéntico contraste con el lugar en el que me encuentro.
Resuelta (tanto como mi camirar de perfil entre las altas torres de libros me permitían) he avanzado por la tienda. Allí dentro, solo somos tres personas: Un hombre al que grácilmente he adelantado en la puerta, de cabello blanco y americana marrón sofocante, que lo mimetizaba con el medio, y el librero, escondido detrás de una estantería colocada estratégicamente. Fantaseo pensando qué esconderá el librero allí detrás. Pero en lugar de preguntárselo, saludo cortestemente, cosa que la americana marrón no ha hecho.
Ya en el espacio reservado para "infantil y juvenil" no he podido evitar la tentación de arrastrar un dedo sobre el lomo de los libros. Me he encontrado con viejos amigos a los que casi tenía olvidados. El ejemplar que busco no lo encuentro. Unicamente doy con uno de otra colección que me mira hostil, con sus ilustraciones tristes y descoloridas. Así que acudo en busca de la sabiduría infinita del amo de la fortaleza de tinta, tintero, pluma y palillero.
Cuando le planteo mi pregunta me sonríe. "El título me suena de oirlo...." Le expongo mi problema. No se el nombre de la editorial, ni el de la colección, ni el del ilustrador. Sólo soy capaz de decirle que se cuáles no son. Perplejidad del guardian ante mi exposición. Buscamos juntos, de nuevo, en aquel angosto callejón de historias. Al observar un libro verde que ha llamado mi atención lo sostengo y digo "el formato era éste". Así que repasamos los títulos publicados de la colección. Ni rastro de lo que busco. Disculpa amable del librero "de ilustradores no entiendo, pero puedes seguir buscando"
Resignada, me olvido y me pongo a observar con deleite los estantes. Autores españoles, en francés, Humanidades....En la tienda somos cinco y el librero, que ha vuelto ha desaparecer tras su fuerte de papel. Todos los señores de la tienda visten traje. Son tres. Una señora pregunta si también se compran libros. Soy la más jóven del lugar, como dicen en los cuentos.
No se cuánto tiempo llevo en la tienda, pero ya me remuevo como un pez, con facilidad y gracia entre los anaqueles. Mis ojos se posan en un libro. Pedro Páramo. Instintivamente lo cojo, lo abro, lo miro y ya no lo suelto. Sigo mirando más tentaciones que me llaman a gritos. Desde Hardy, con sus pastas elegantes, hasta un tratado de Saussure, edición de la década de los cincuenta.
Pero yo abrazo mi librito. Lo siento temblar entre mis dedos, temeroso de que me arrepienta. Me acerco al librero y le extiendo el ejemplar. Él lo abre y me señala las páginas pintadas a lápiz, llenas de anotaciones. "¿Sábes que está...?" Nuevo estremecer del librito en sus manos. "Sí" le interrumpo. No quiero que humille a mi nuevo amigo. El librero me hace una rebaja en el precio, pago y me marcho.
Quizá piense que estoy loca, que soy jóven y todavía no se comprar. Pero lo que él no sabe es que el libro me pidió desde la estantería que lo llevara conmigo, que lo rescatara del desprecio y la humillación de todos los que lo rechazan por haberse dejado exprimir al máximo, como sus notas al margen delatan.
¡Qué tontos! Mi libro encierra un secreto. Y es que contiene dos historias: La que sus páginas cuentan en nombre del autor, y la que el lector dejó plasmada de su puño y letra.
Ya conocía la tienda. Había asomado mi cabeza tímidamente alguna vez. Pero hoy me he sumergido de lleno en el espacio con más libros por milímetro cuadrado de todos los que conozco.
El bullicio de la carretera cercana se apaga al entrar en la librería y de fondo, el sonido de una emisora de radio con música tan variada, que de primeras crea un esperpéntico contraste con el lugar en el que me encuentro.
Resuelta (tanto como mi camirar de perfil entre las altas torres de libros me permitían) he avanzado por la tienda. Allí dentro, solo somos tres personas: Un hombre al que grácilmente he adelantado en la puerta, de cabello blanco y americana marrón sofocante, que lo mimetizaba con el medio, y el librero, escondido detrás de una estantería colocada estratégicamente. Fantaseo pensando qué esconderá el librero allí detrás. Pero en lugar de preguntárselo, saludo cortestemente, cosa que la americana marrón no ha hecho.
Ya en el espacio reservado para "infantil y juvenil" no he podido evitar la tentación de arrastrar un dedo sobre el lomo de los libros. Me he encontrado con viejos amigos a los que casi tenía olvidados. El ejemplar que busco no lo encuentro. Unicamente doy con uno de otra colección que me mira hostil, con sus ilustraciones tristes y descoloridas. Así que acudo en busca de la sabiduría infinita del amo de la fortaleza de tinta, tintero, pluma y palillero.
Cuando le planteo mi pregunta me sonríe. "El título me suena de oirlo...." Le expongo mi problema. No se el nombre de la editorial, ni el de la colección, ni el del ilustrador. Sólo soy capaz de decirle que se cuáles no son. Perplejidad del guardian ante mi exposición. Buscamos juntos, de nuevo, en aquel angosto callejón de historias. Al observar un libro verde que ha llamado mi atención lo sostengo y digo "el formato era éste". Así que repasamos los títulos publicados de la colección. Ni rastro de lo que busco. Disculpa amable del librero "de ilustradores no entiendo, pero puedes seguir buscando"
Resignada, me olvido y me pongo a observar con deleite los estantes. Autores españoles, en francés, Humanidades....En la tienda somos cinco y el librero, que ha vuelto ha desaparecer tras su fuerte de papel. Todos los señores de la tienda visten traje. Son tres. Una señora pregunta si también se compran libros. Soy la más jóven del lugar, como dicen en los cuentos.
No se cuánto tiempo llevo en la tienda, pero ya me remuevo como un pez, con facilidad y gracia entre los anaqueles. Mis ojos se posan en un libro. Pedro Páramo. Instintivamente lo cojo, lo abro, lo miro y ya no lo suelto. Sigo mirando más tentaciones que me llaman a gritos. Desde Hardy, con sus pastas elegantes, hasta un tratado de Saussure, edición de la década de los cincuenta.
Pero yo abrazo mi librito. Lo siento temblar entre mis dedos, temeroso de que me arrepienta. Me acerco al librero y le extiendo el ejemplar. Él lo abre y me señala las páginas pintadas a lápiz, llenas de anotaciones. "¿Sábes que está...?" Nuevo estremecer del librito en sus manos. "Sí" le interrumpo. No quiero que humille a mi nuevo amigo. El librero me hace una rebaja en el precio, pago y me marcho.
Quizá piense que estoy loca, que soy jóven y todavía no se comprar. Pero lo que él no sabe es que el libro me pidió desde la estantería que lo llevara conmigo, que lo rescatara del desprecio y la humillación de todos los que lo rechazan por haberse dejado exprimir al máximo, como sus notas al margen delatan.
¡Qué tontos! Mi libro encierra un secreto. Y es que contiene dos historias: La que sus páginas cuentan en nombre del autor, y la que el lector dejó plasmada de su puño y letra.
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