Desde mi ventana
Este verano va a ser muy triste desde mi ventana.
En la estación estival, mis incursiones nocturnas al balcón se veían recompensadas por el murmullo de las hojas de los árboles, que se mecen cuando sopla una brisa suave. Podía quedarme horas apoyada en la barandilla y observando la calle desierta. Si cerraba los ojos, ese agradable rumor me acariciaba y era el mejor "buenas noches" que podía recibir. En las largas y tortuosas madrugadas sofocantes, me levantaba a hurtadillas y me sentaba en la terraza. Esa nana me arrullaba hasta que mis párpados se volvian pesados y caían lentamente sobre los ojos otra vez.
Este año he visto como han florecido los árboles de un parque alejado. Poco a poco. Ahora estan cubiertos de hojas y veo mecerse sus cabelleras al ritmo del viento, bailando en la lejanía.
Pero este año algo ha cambiado. El parquecito que hay bajo mi ventana ya no es el mismo. El arbol que me dormía y a veces me hacía sonreír como una idiota sin razón alguna, el árbol que ejectuba su danza con más gracia, con más experiencia, el árbol que me dedicaba a mí sus canciones, ya no está.
Un día me desperté con un desagradable ruido. Un sonido que desde siempre me ha hecho estremecer: El sonido de una sierra cortándo un árbol vivo. Escondí la cabeza bajo la almohada y me quedé inmóvil, deseando estar dormida todavía. Pero aquel árbol estaba siendo arrancado de mi vida. Solo llegué a asomar mi cara entre mis manos a la ventana, y ví sus ramas, cuajadas de yemas descansar en un camión como pequeñas ninfas muertas. Las lágrimas acudieron a mis ojos en un gesto de despedida y mi voz se tornó débil y apagada porque también ella estaba triste.
Ahora mis amaneceres están vacíos. Mirar el parque me produce tristeza y asfixia. Cuando recuperaba sus hojas, sus ramas me impedían ver más allá, y tenía que levantar la cabeza hacia el cielo y mirar la distancia. Todavía lo hago. No me acostumbro a observar ese campo de visión que ha estado oculto tanto tiempo. Escudriño el suelo en busca de sus raíces e intento cerrar los ojos e imaginarlo. Y a veces lo veo bailar otra vez para mí. Pero no es algo real.
Poco a poco, desaparecieron todos los árboles. Lentamente sin hacer ruído, y de aquel gran ballet, no queda ya ninguna danza que mirar. Exactamente igual que pasará con nosotros. Yo que ahora escribo, tú que ahora lees. Algún día nos marcharemos, sin hacernos notar. Y en poco tiempo, nuestros bailes se habrán olvidado. O quizás, quede alguien que, como yo, nos imagine.
Para mí puede que sea suficiente.
En la estación estival, mis incursiones nocturnas al balcón se veían recompensadas por el murmullo de las hojas de los árboles, que se mecen cuando sopla una brisa suave. Podía quedarme horas apoyada en la barandilla y observando la calle desierta. Si cerraba los ojos, ese agradable rumor me acariciaba y era el mejor "buenas noches" que podía recibir. En las largas y tortuosas madrugadas sofocantes, me levantaba a hurtadillas y me sentaba en la terraza. Esa nana me arrullaba hasta que mis párpados se volvian pesados y caían lentamente sobre los ojos otra vez.
Este año he visto como han florecido los árboles de un parque alejado. Poco a poco. Ahora estan cubiertos de hojas y veo mecerse sus cabelleras al ritmo del viento, bailando en la lejanía.
Pero este año algo ha cambiado. El parquecito que hay bajo mi ventana ya no es el mismo. El arbol que me dormía y a veces me hacía sonreír como una idiota sin razón alguna, el árbol que ejectuba su danza con más gracia, con más experiencia, el árbol que me dedicaba a mí sus canciones, ya no está.
Un día me desperté con un desagradable ruido. Un sonido que desde siempre me ha hecho estremecer: El sonido de una sierra cortándo un árbol vivo. Escondí la cabeza bajo la almohada y me quedé inmóvil, deseando estar dormida todavía. Pero aquel árbol estaba siendo arrancado de mi vida. Solo llegué a asomar mi cara entre mis manos a la ventana, y ví sus ramas, cuajadas de yemas descansar en un camión como pequeñas ninfas muertas. Las lágrimas acudieron a mis ojos en un gesto de despedida y mi voz se tornó débil y apagada porque también ella estaba triste.
Ahora mis amaneceres están vacíos. Mirar el parque me produce tristeza y asfixia. Cuando recuperaba sus hojas, sus ramas me impedían ver más allá, y tenía que levantar la cabeza hacia el cielo y mirar la distancia. Todavía lo hago. No me acostumbro a observar ese campo de visión que ha estado oculto tanto tiempo. Escudriño el suelo en busca de sus raíces e intento cerrar los ojos e imaginarlo. Y a veces lo veo bailar otra vez para mí. Pero no es algo real.
Poco a poco, desaparecieron todos los árboles. Lentamente sin hacer ruído, y de aquel gran ballet, no queda ya ninguna danza que mirar. Exactamente igual que pasará con nosotros. Yo que ahora escribo, tú que ahora lees. Algún día nos marcharemos, sin hacernos notar. Y en poco tiempo, nuestros bailes se habrán olvidado. O quizás, quede alguien que, como yo, nos imagine.
Para mí puede que sea suficiente.
2 comentarios
la sombrilla insolada contesta: -
Freakbeast -
Puede que sea nostalgia, exceso de imaginación o puras ganas de que lo que sucedió no hubiera sucedido jamás.
Pero hasta que algún científico me demuestre lo contrario, estoy seguro de que lo que vemos es una ínfima parte de lo que hay.
Ese arbol estará en su sitio para la eternidad. Basta con que lo recuerdes allí.