Al niño que nunca sabrá de mi existencia.
El pequeño Óscar normalmente jugaba con su hermano. Su hermano era mayor que él, y Óscar se divertía sólo un rato, porque luego, enseguida, su hermano intentaba chincharle. Y lo conseguía. Le tiraba el balón a mala idea solo para hacerle daño, le quitaba la lata a la que ambos daban patadas y no se la dejaba tocar, corría tras él dándole capones o lo perseguía hasta arrebatarle el patinete en el que se deslizaba. Así que Óscar gritaba, se enrabietaba, lloraba mientras insultaba a su hermano y lo perseguía para poder darle un buen pellizco, pero nunca lo lograba, con lo que se enfadaba aún más, y se ponía a chillar bien fuerte, hasta que su padre asomaba la cabeza y los castigaba a los dos a sentarse quietos y sin mirarse. Pero ni aún así podía Óscar estar tranquilo. Su hermano se las apañaba para hacerle burla, contarle mentiras que lo asustaban o darle patadas por debajo de la mesa.
Hoy, el pequeño Óscar jugaba sin su hermano en el parque. Como disponía de toda la plaza para él sólo, no dudó ni un segundo en recorrerla a saltos. Comenzó a jugar un partido de fútbol con un balón imaginario hasta que se cansó. Luego decidió escapar de lo que parecía una gran fortaleza llena de malvados seres que pretendían atraparlo. Saltaba, gritaba, lanzaba patadas al aire y a veces caía bajo el peso de cinco o seis contrincantes que aún así no podían con él. Corría de arriba a abajo, se subía a los bancos y se lanzaba con los brazos extendidos, daba vueltas y vueltas en la farola. Paraba un poco para recuperar el aliento y tenía una pequeña conversación en voz alta (ante la mirada extrañada de los que pasaban por allí, que medio ciegos, no veían ni fortaleza ni villanos ni nada de nada). A veces reía, a veces gritaba, y cuando recibía un golpe, se recuperaba enseguida y reanudaba con más ahínco su misión (que a estas alturas no tenía muy clara).
Al fín, consiguió salir, saltando un enorme foso infestado de cocodrilos y pirañas, y se dejó caer, extenuado, en la fría plaqueta de la plaza. Y sonreía. Y luego comenzó a reírse a carcajadas, porque ese día, el pequeño Óscar, de cinco años, había vencido a su hermano.
6 comentarios
raxador -
Su victoria le durara poco porque se aburrirá, a todos nos hace falta una nemesis contra la que luchar, ya sea un examen que aprobar, un sueño que cumplir, una mujer que seducir o un hermano cabron con quien pelear. Eso si, afortunadamente, a los 5 años aun puedes imaginar que los vences a la primera.
Suerte con tus nemesis, apruebalos. ;-)
Nepomuk -
Que toda la vida es lucha y las luchas, vida son.
nadie -
Cirene -
O.C.P. -
Deyector -