17 años y un Iceberg.
Camino despacio mirando a mis pies avanzar a través del polvo del camino. Un polvo fino, casi invisible, como una niebla que se levanta en loca danza al más mínimo roce de mi zapato.
Mis piernas obedecen a una fuerza que de repente no sé de dónde ha salido. Quizá es eso a lo que llaman instinto. Avanzan mecánicamente, primero una, luego la otra, sin perder el ritmo, como en ensayada marcha, y las huellas de mi caminar quedan atrás esperando que algún loco destino se aventura a seguirlas y encontrarme.
Hace calor. Un fuego que abrasa, sin proponérselo, algo más que mi carne. Penetra hasta el más recóndito lugar de mi ser, suponinedo que yo siga aún siendo ser. Calma. Ya no tengo calor, puede que incluso esté expulsando vapor por cada uno de los poros de mi piel, pero nisiquiera eso sé.
Al fondo, (del camino, de la senda, del viaje...¿quién puede saberlo?) veo una figura que avanza hacia mí. Me detengo ante él a solo unos metros de distancia. Me mira con extrañeza. Me detengo ante él a solo unos metros de distancia. Me mira con extrañeza. Levanto una mano para saludar y él levanta la mano a su vez. Sonrío y me sonríe.
Doy un paso al frente (uno de esos pasos que en ocasiones suelen ser decisivos) y él también avanza, con la misma seguridad o inseguridad que yo.
Y es entonces cuando me doy cuenta de que está delante de mí, no es otro sino yo. No hay espejos, ni superficie pulida alguna en la que pueda reflejarme. De repente, ese otro yo, toma vida y me sonríe. Se desvanece poco a poco.
Giro la cabeza y miro entorno a mí. Todo es verde. Verde chillón, verde limón, verde acuoso, verde intenso, verde botella, verde aceituna, verde y más verde.
Escucho un llanto,una risa, un susurro, un gemido... y siento que alguien me invita a darme la vuelta.
Quedo envuelto en una neblina espesa, color humo, olor agrio, sabor amargo (o puede que sea color agrio, sabor humo, olor amargo) Y la sensación de que todo es verde todavía sigue apostada en mi cabeza.
No temas, ya me conoces. No es una voz lo que he escuchado. Es algo que retumba de dentro hacia afuera. Puedo sentir su vibrar desde la punta de mis dedos extendiéndose por cada uno de mis abellos. No sé que decir, y las palabras se qeudan a la mitad del camino entre mi mente y mi boca. No digas nada. Quién eres, logro preguntar. Pero no han sido mis labios los autores de la pregunta. Ya me conoces. Y no interrumpo.
He nacido contigo, dormida al principio. Más tarde las voces de los otros se encargan de despertarme. Cuanto más tiempo pasa, más grande me hago dentro de tí y también a tu alrededor. Puedo ser algo pasajero, divertido, amargo, puedo incluso ser algo dañino y pasado (que es cuando peor me porto). Cambio de forma constantemente, o eso dicen. Puedo instalarme en otro ser, aunque a tí te pertenezca siempre. Suele venir acompañada de otros, que me apartan de tu lado para calamarte. Otros a los que no conoces, o quizá ya has conocido. Otros que llegan para que tú no te acuerdes de mí.
Mis ojos intentan abrirse, pero se cierran. Mis brazos comienzan a pesar, al igual que mis piernas que como plomo, parece que piden a gritos tomar tierra y descansar.
Se dice de mí que en ocasiones hago falta. Muchos de tus actos primero me piden permiso. No le hagas caso a nadie. Para decir algo sincero, diré que no soy ni el bien ni el mal. Soy diferente para cada ser y para cada instante, pero no soy como los demás. Aprendes a crearme, a darme forma, aunque tú no lo sepas. Te enfrentas a mí, y yo lato más fuerte en tu interior. Nunca podrás vencerme, porque si lo hicieras, te vencerías a tí mismo. Al dar un paso al frente, me llamaste para vencerme y desapareciste en un borrón.
Soy la Vergüenza, y la Vergüenza no es más que tú mismo, más real que tú, ese tú escondido que pugna por salir y al que no le es permitido hacerlo. Cuánto más luchdes en mi contra, más hacia el fondo enviarás a ese tú auténtico, y más raices creará en tu interior. Una vez que has nacido, nadie es capaz de hacerme desaparecer.
Dejo de vibrar. Ya no huele agrio, ni sabe amargo, pero mis ojos apretados ven verde en la oscuridad. Quizá se haya ido, pienso. Me doy cuenta de que sigue conmigo y que nunca marchará. Me incorporo y es entonces cuando noto que estoy llorando como un niño, que llevo llorando todo el camino.
Mis piernas obedecen a una fuerza que de repente no sé de dónde ha salido. Quizá es eso a lo que llaman instinto. Avanzan mecánicamente, primero una, luego la otra, sin perder el ritmo, como en ensayada marcha, y las huellas de mi caminar quedan atrás esperando que algún loco destino se aventura a seguirlas y encontrarme.
Hace calor. Un fuego que abrasa, sin proponérselo, algo más que mi carne. Penetra hasta el más recóndito lugar de mi ser, suponinedo que yo siga aún siendo ser. Calma. Ya no tengo calor, puede que incluso esté expulsando vapor por cada uno de los poros de mi piel, pero nisiquiera eso sé.
Al fondo, (del camino, de la senda, del viaje...¿quién puede saberlo?) veo una figura que avanza hacia mí. Me detengo ante él a solo unos metros de distancia. Me mira con extrañeza. Me detengo ante él a solo unos metros de distancia. Me mira con extrañeza. Levanto una mano para saludar y él levanta la mano a su vez. Sonrío y me sonríe.
Doy un paso al frente (uno de esos pasos que en ocasiones suelen ser decisivos) y él también avanza, con la misma seguridad o inseguridad que yo.
Y es entonces cuando me doy cuenta de que está delante de mí, no es otro sino yo. No hay espejos, ni superficie pulida alguna en la que pueda reflejarme. De repente, ese otro yo, toma vida y me sonríe. Se desvanece poco a poco.
Giro la cabeza y miro entorno a mí. Todo es verde. Verde chillón, verde limón, verde acuoso, verde intenso, verde botella, verde aceituna, verde y más verde.
Escucho un llanto,una risa, un susurro, un gemido... y siento que alguien me invita a darme la vuelta.
Quedo envuelto en una neblina espesa, color humo, olor agrio, sabor amargo (o puede que sea color agrio, sabor humo, olor amargo) Y la sensación de que todo es verde todavía sigue apostada en mi cabeza.
No temas, ya me conoces. No es una voz lo que he escuchado. Es algo que retumba de dentro hacia afuera. Puedo sentir su vibrar desde la punta de mis dedos extendiéndose por cada uno de mis abellos. No sé que decir, y las palabras se qeudan a la mitad del camino entre mi mente y mi boca. No digas nada. Quién eres, logro preguntar. Pero no han sido mis labios los autores de la pregunta. Ya me conoces. Y no interrumpo.
He nacido contigo, dormida al principio. Más tarde las voces de los otros se encargan de despertarme. Cuanto más tiempo pasa, más grande me hago dentro de tí y también a tu alrededor. Puedo ser algo pasajero, divertido, amargo, puedo incluso ser algo dañino y pasado (que es cuando peor me porto). Cambio de forma constantemente, o eso dicen. Puedo instalarme en otro ser, aunque a tí te pertenezca siempre. Suele venir acompañada de otros, que me apartan de tu lado para calamarte. Otros a los que no conoces, o quizá ya has conocido. Otros que llegan para que tú no te acuerdes de mí.
Mis ojos intentan abrirse, pero se cierran. Mis brazos comienzan a pesar, al igual que mis piernas que como plomo, parece que piden a gritos tomar tierra y descansar.
Se dice de mí que en ocasiones hago falta. Muchos de tus actos primero me piden permiso. No le hagas caso a nadie. Para decir algo sincero, diré que no soy ni el bien ni el mal. Soy diferente para cada ser y para cada instante, pero no soy como los demás. Aprendes a crearme, a darme forma, aunque tú no lo sepas. Te enfrentas a mí, y yo lato más fuerte en tu interior. Nunca podrás vencerme, porque si lo hicieras, te vencerías a tí mismo. Al dar un paso al frente, me llamaste para vencerme y desapareciste en un borrón.
Soy la Vergüenza, y la Vergüenza no es más que tú mismo, más real que tú, ese tú escondido que pugna por salir y al que no le es permitido hacerlo. Cuánto más luchdes en mi contra, más hacia el fondo enviarás a ese tú auténtico, y más raices creará en tu interior. Una vez que has nacido, nadie es capaz de hacerme desaparecer.
Dejo de vibrar. Ya no huele agrio, ni sabe amargo, pero mis ojos apretados ven verde en la oscuridad. Quizá se haya ido, pienso. Me doy cuenta de que sigue conmigo y que nunca marchará. Me incorporo y es entonces cuando noto que estoy llorando como un niño, que llevo llorando todo el camino.
5 comentarios
O. C. P. -
Anónimo -
Recuerdo y entiendo.
nadie -
El hombre de plástico -
Además si yo soy de plástico, hombre ya!
El hombre de plástico -