En aquel lugar.
El silencio se pegaba a todos los rincones. A cada ladrillo, cada piedra, cada puerta. Las estrechas aceras, en las que no cabía un persona de canto, estaban mojadas porque la niebla se había parado a descansar en ellas durante su inquietante ir y venir. Las trémulas luces que hacían un amago de iluminar la negrura que se cernía a lo largo de las calles, no hacían sino oscurecerlo todo aún más.
En la cerca de Ramón "el lenteja" había reunido un pequeño grupo de amigos. Hacían piña en torno a una vieja estufa de latón, que emitiendo más humo que calor, conseguía al menos que la botella no se les acabara demasiado pronto.
Algunas parejas comenzaron a salir. Cruzaban a oscuras el pequeño corral, esquivando los tímidos charcos, que ensayaban fiereza sin conseguirlo. Cerraron la puerta, golpeándola fuertemente contra su estructura de metal. Pero la puerta no se cerró, solo quedó entornada. Se escucharon los coches de los que habían abandonado la reunión, alejándose, escupiendo toses el tubo de escape.
Alguien protestó porque la puerta permanecía abierta. Soledad salió a cerrarla, acompañada de Rosario y Angelines. Las tres probaron por turnos, empujando con todas sus fuerzas el frío metal, sin conseguir que las piezas encajaran. El resto las miraba desde dentro, riéndo, haciéndo comentarios, profiriendo cariñosos insultos que las muchachas contestaban entre golpe y golpe.
La Manuela se levantó de un salto. Cruzó con grandes zancadas el tramo de corral que la separaba de la puerta, enturbiando el brillo de la luna que se reflejaba en los charquitos, al pisarlos con sus botas. Sin frenar su avance, lanzó la pierna derecha en un perfecto y seco movimiento. De una patada cerró la puerta que quedó temblando y emitiendo un ligero sonido agudo, como de de protesta.
Angelillo miraba la escena a través de la sucia ventana. Le clavó el codo en las costillas a Salus, que casi dormitaba envuelto los arruyos combinados de la ginebra y la estufa de latón. Angelillo escuchó el golpe del portón al cerrarse y le dijo a Salus: "Claro, es que la Manuela es de pueblo". Y las carcajadas llenaron la habitación.
En la cerca de Ramón "el lenteja" había reunido un pequeño grupo de amigos. Hacían piña en torno a una vieja estufa de latón, que emitiendo más humo que calor, conseguía al menos que la botella no se les acabara demasiado pronto.
Algunas parejas comenzaron a salir. Cruzaban a oscuras el pequeño corral, esquivando los tímidos charcos, que ensayaban fiereza sin conseguirlo. Cerraron la puerta, golpeándola fuertemente contra su estructura de metal. Pero la puerta no se cerró, solo quedó entornada. Se escucharon los coches de los que habían abandonado la reunión, alejándose, escupiendo toses el tubo de escape.
Alguien protestó porque la puerta permanecía abierta. Soledad salió a cerrarla, acompañada de Rosario y Angelines. Las tres probaron por turnos, empujando con todas sus fuerzas el frío metal, sin conseguir que las piezas encajaran. El resto las miraba desde dentro, riéndo, haciéndo comentarios, profiriendo cariñosos insultos que las muchachas contestaban entre golpe y golpe.
La Manuela se levantó de un salto. Cruzó con grandes zancadas el tramo de corral que la separaba de la puerta, enturbiando el brillo de la luna que se reflejaba en los charquitos, al pisarlos con sus botas. Sin frenar su avance, lanzó la pierna derecha en un perfecto y seco movimiento. De una patada cerró la puerta que quedó temblando y emitiendo un ligero sonido agudo, como de de protesta.
Angelillo miraba la escena a través de la sucia ventana. Le clavó el codo en las costillas a Salus, que casi dormitaba envuelto los arruyos combinados de la ginebra y la estufa de latón. Angelillo escuchó el golpe del portón al cerrarse y le dijo a Salus: "Claro, es que la Manuela es de pueblo". Y las carcajadas llenaron la habitación.
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nadie -
Deyector -