Epiphania.
Se paró en seco. Su carrera frenética por entre las hierbas,dando vueltas y vueltas alrededor de aquella figura de hierro, levantando polvo con sus sandalias de goma, terminó de repente. Como si se abriera un abismo ante sí. Todavía con una mano en el metal ahora caliente, encogió los dedos e intentó refugiarlos entre las tiras de sus zapatillas, como en un acto reflejo de protección.
A unos centímetros de sus pies, se encontraba una culebra. No sinitó miedo. La culebra yacía reventada, mostrando al mundo entero su interior rosado y blando. Estaba cubierta de tierra marrón, que se humedecía al contacto con el cadaver, tornándose aún menos viva que nunca. Las hormigas acudían en ordenada tropa y entraban y salían del vientre abierto del reptil, como si no fueran conscientes de a qué se debía el umbral que atravesaban. Lo que le parecieron centenares de moscas, grandes, de reflejos verdes y amarillentos, se posaban unos segundos en aquel amasijo sin forma concreta, urgaban con sus sucias patas, y volvían a levantar el vuelo. Se estremeció al pensar que una sola de esas moscas pudiera llegar a rozar su propia piel.
Todavía escuchaba las risas a su alrededor de sus compañeras de juegos infantiles. Hacía calor y el ambiente ahora estaba tan cargado que casi se le hacía insoportable. Esucuchó su nombre un par de veces, pero no levantó la vista.
Se acaba de enfrentar por primera vez a la realidad de la muerte.
A unos centímetros de sus pies, se encontraba una culebra. No sinitó miedo. La culebra yacía reventada, mostrando al mundo entero su interior rosado y blando. Estaba cubierta de tierra marrón, que se humedecía al contacto con el cadaver, tornándose aún menos viva que nunca. Las hormigas acudían en ordenada tropa y entraban y salían del vientre abierto del reptil, como si no fueran conscientes de a qué se debía el umbral que atravesaban. Lo que le parecieron centenares de moscas, grandes, de reflejos verdes y amarillentos, se posaban unos segundos en aquel amasijo sin forma concreta, urgaban con sus sucias patas, y volvían a levantar el vuelo. Se estremeció al pensar que una sola de esas moscas pudiera llegar a rozar su propia piel.
Todavía escuchaba las risas a su alrededor de sus compañeras de juegos infantiles. Hacía calor y el ambiente ahora estaba tan cargado que casi se le hacía insoportable. Esucuchó su nombre un par de veces, pero no levantó la vista.
Se acaba de enfrentar por primera vez a la realidad de la muerte.
4 comentarios
Ardid -
le sangraba la boca.
Deyector -
la sombrilla insolada contesta: -
Nunca he matado un animal conscientemente. Supongo que la sensación ha de ser horrible.
nadie -
De pronto vino un pájaro y se posó justo donde yo estaba disparando. Entonces apunté y disparé.
Y el pájaro no se movió. Asi que seguí disparando hasta que me quedé sin balines.
Cuando me iba a ir, ya aburrido, pasé por debajo del arbol y vi que el pájaro seguía sin moverse. Moví el arbol y el pájaro cayó. Estaba tieso. Solo tenía un agujerito pequeño debajo del ojo derecho. Y una gotita de sangre.
Me quedé sin respiración. Sentí vértigo.
Fué mi primer enfrentamiento a la muerte. Y yo fuí el asesino.