La mañana es uno de esos momentos del día que suele aborrecernos, en cualquiera de las etapas de nuestra vida. Solo existen dos tipos de mañanas agradables: Aquellas en las que al darte la vuelta, encuentras a alguien a tú lado al que no esperabas encontrarte, y esas otras en las que cuando te levantas, ya no es por la mañana.
Cuando eres un bebé, te despiertas por la mañana llorando porque tienes hambre, Cuando eres pequeña, te levantas por la mañana para ir al colegio. Cuando creces, tienes que ir a trabajar por las mañanas, y cuando eres viejo, siempre aprovechas las mañananas para perderlas en la sala de espera de la seguridad social.
Mis mañanas desde que empecé la facultad, son bastante peculiares. Durante todo un curso, comencé a levantarme tan temprano que algunos pájaros se asomaban ofendidos para mandarme callar. Esas mañanas eran bastante tranquilas. Las calles estaban vacías y solo me cruzaba con algún madrugador como yo, o algún juerguista despistado que regresaba a casa abrazando un montón de porras envueltas en un papel grasiento.
Bien, despues de ese año, cambié mi recorrido matinal, por lo que podía levantarme a horas más prudentes. ¡Oh ingénua de mí! ¡No sabía que lo que me esperba a cambio de una hora más de sueño, no era otra cosa que el crudo universo madrugador!....y en uno de los peores infiernos que nadie jamás pudiera haber imaginado: El metro.
¿qué podemos encontrar en el metro a éstas horas que deberían estar prohibidas para señoritas decentes como yo? Para empezar un montón de gente histérica, ansiosa por llegar a su destino. Esa masa sin forma de orejas, bocas y cejas, tiene un único objetivo: Entrar antes que tú por la puerta del vagón. Para ello no dudan en utilizar sus afilados codos, que de tanta práctica, reaccionan solos como en un acto reflejo, y son capaces de encontrar tu estómago en milésimas de segundo.
¡Me río yo de los combates de lucha libre! La estrategia forjada durante años de esperiencia metril, puede mostrar el maravilloso espectáculo de ver como una, aparentemente poco ágil, mujer de 55 años le arrebata el asiento a un chico de 20, despues de un intenso y rápido forcejeo apenas perceptible por el ojo inexperto.
Y si pensaban que la figura del "empujador" es algo que solo podríamos encontrar en Japón, están muy equivocados. Lo único que aquí, tienen puriempleados a los empleados de metro (habitualmente llamados metreros en la jerga madrugadora de curritos y juerguistas trasnochadores). Es el metrero el que se encargará de empujar a los "señores viajeros", olvidando el respeto que esa frase implica, y consiguiendo que sientas en tus propias carnes, lo que debe sentir una butifarra cuando la embuten.
El grado de intimidad que se consigue en un viaje en metro a esas horas de la mañana, con el resto de la población, hace que desde mi punto de vista, estos viajes deberían ser recomendados, recetados y subvencionados por la seguridad social, en el caso de enfermedades depresivas. La confianza que da el poder olerle el jabón de afeitar y el desodorante (en el mejor de los casos), al señor que tienes pegado contra tí en una posición que fuera de contexto podría ser causa de pena carcelaria, y al que no conoces de nada, no tiene precio.
Alguna vez escuché, que el parto, es el primer trauma por el que tenemos que pasar en la vida. Pero los afortunados y adas que consiguen superarlo, se enfrentan mejor a los problemas cotidianos. Yo no tengo ese privilegio. Una césarea que casi me deja sin ascendente femenino directo, me convirtió en ese tipo de personas poco resueltas que se paralizan ante un problema de difícil solución. Bien, todo eso cambió con el uso de subterráneo. La hora de salir, hace que recuerde mi propio nacimiento por parto natural, incluso aunque no lo haya vivido. Unos minutos antes de llegar a la estación, la gente comienza a tomar posiciones, y los codos vuelven a cobrar protagonismo. En el momento que las puertas se abren, toda una masa viva tira de tí hacia atrás (una de las razones por las que abandoné mi querida mochila sustituyéndola por un bolso), mientras tú inclinas hacia delante todo tu cuerpo, enfocando con tu cabeza la luz que se ve al fondo....Lo que ocurre es que simultáneamente a la toma de posiciones dentro del vagón, se ha producido otra en la estación de destino. Y cuando piensas que ya puedes respirar aire porque tu nariz ha cruzado el umbral, te encuentras un batallón dispuesto a introducirte de nuevo en el vagón a la mínima que te descuides.
Si has conseguido salir entera del vagón, sin dejar ninguna de tus partes (cabeza, tronco "u" extremidades), queda todavía otro obstáculo a superar. Un obstáculo combinado, diatlon mañananera, que se llama "escalera mecánica-puerta de salida". No entiendo a esas personas que hacen un adelantamiento peligroso en el momento en el que tu pie, suspendido en el aire, va a posarse sobre el primer peldaño de la escalera mecánica. Y lo hace sólamente para colocarse un escalón delante de tí, pararse y encenderse un cigarro, y poder así ahumar tu cara a placer si tener que caminar.
El caso de la puerta no es diferente. Confiada en que tu predecesor sujetará la escotilla hasta que la alcances, bajas la guardia. El golpe que recibes no te deja pensar con claridad, hasta que la señora que no mantenía la distancia de seguridad que dictan las leyes no escritas entre viandantes y peatones, se queja porque has pisado su zapato. Amablemente pides perdón y sujetas la puerta, para que no le pase lo que a tí, no se vea embestida por unos 30 kilos de metal y cristal blindado (con el que solo pueden las piedras lanzadas por juventudes botellenescas). Y sorprendida observas, como ella, digna como solo puede serlo una viajera matutina (abrigo de piel de conejo, maquillaje de los 70 y bolsa de plástico de colores no inventados en la mano), se cuela entre tu brazo y la puerta, dejándote con pinta de portero de discoteca que se quiere jubilar y sin tiempo para evitar que se te cuelen dos o tres usuarios más.
¿Escalofriante verdad?, superé mi miedo a la oscuridad solo con pensar en los viajes "mañaniles" de lunes a viernes. Ahora mis pesadillas son mucho peores.
nota para los conservadores de la lengua:
de noche