Hojas.
El día era blanco. Y gris. Pero el gris siempre estaba presente, así que tenía la cualidad de ser obviable y obviado.
Sujetaba el bastón entre sus manos, o quizá era el bastón el que sostenía.
La calle se encontraba llena de soledad y luz tamizada, arrojada con capricho para conceder un deseo. Y él seguía mirando, sin placer ni anhelo.
Se levantó un suave viento que agitó la ropa tendida de las cuerdas que decoraban las terrazas como guirnaldas de colores. Y cuando llegó al árbol, una lluvia de hojas salió despedida, como confeti de una fiesta. Hacían un ruido sordo, de rasgar de mil enaguas, de aplausos en un teatro, de papel de caramelo retorcido con intención musical.
Contempló maravillado el espectáculo. Recordó el colegio. Recordó los ciclos a los que el planeta está sujeto. Recordó sus clases de biología. Y siguió mirando la danza rojiza que se desarrollaba ante sus ojos.
Entonces se preguntó a qué había dedicado su vida.
6 comentarios
Dieneris -
Y aun así, ¿qué decir? Que sonrío en el presente y es una forma que he encontrado de ser feliz.
la sombrilla insoalda -
Deyector -
carlos -
y es toda una señal de que el invierno entra muy despacio. Como la danza de los planetas.
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El hombre de hojalata -
Seguro, él me lo contó, hará ya cinco, tal vez seis años. ¿Pero que importa eso?, para él, el tiempo dejó de tener importancia.
El árbol de Oz -