Irreflexión.
Me gusta observar a la gente mientras desayuna. Normalmente ingieren cosas de dudosa calidad, de esas que saben bien, pero no alimentan. Y cada vez más gente, se suma al consumo de unos productos que ni siquiera saborean. Se limitan a engullirlos distraídamente sin prestarles ninguna atención. No les culpo. Cuando he olvidado mi desayuno en casa y he optado por estos tentempiés me he dado cuenta de que algunos son insípidos y otros realmente saben mal. Cerrar los ojos y tragar es una alternativa. La otra es quedarte en ayunas.
De vez en cuando, descubres a alguien con un manjar entre las manos. Y es con esas personas con las que más disfruto en mi acto furtivo de observación y espionaje. Saborean pausadamente, paladeando cada miga, mostrando en sus ojos y en algún gesto espontáneo, el placer que está obteniendo de esta ingesta matutina. La primera del día, después de una noche de dieta consentida.
Reconozco que a veces, sin ser vista (o quizá sí, quién sabe) me he aprovechado de estos desayunos ajenos. La mayoría de las veces sólo he acertado a captar el aroma, de lejos. En contadas ocasiones, y sospecho que gracias al consentimiento tácito del anfitrión, he podido degustar una pequeña parte, mínima, ínfima, pero muy reconfortante, aunque una mera limosna para un paladar inquieto.
4 comentarios
nadie -
la sombrilla insolada -
Deye: Yo ahora todos los días desayuno Frankenstein. Unos días sienta mejor que otros.
Deyector -
Anónimo -
En fin. Así vamos todos por estos mundos blogueros. Buscando miguitas.
Qua aproveche.