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Frustarado. Memorias de un paraguas transilvano.

Un día cualquiera.

No era ningún ritual popular, nadie se había sumado al evento como una celebración, no había canciones en honor a su llegada. Ni siquiera había alguien que esperase su retorno. Simplemente ocurría sin previo aviso, una fecha cualquiera. “Ya llegó el vencejo” decía alguien y a los pocos días (tal vez tres, o cinco) cuando su vuelo interminable cesaba para entrar en el nido, lo atrapaban con cuidado.

 

Nunca se habían parado a pensar cuánto tiempo llevaban haciéndolo. Cuándo fue la vez primera, el día que se les ocurrió atar una cinta estrecha de raso verde a las alas negras, manchadas de azul y recortadas en blanco. Tampoco recordaban las palabras que escribieron en la tela, también en tinta verde. Quizá un deseo, teniendo la certeza de que estaría mucho más tiempo en el cielo que si lo hubieran gritado.

 

El vencejo regresaba al nido todos los años con una cinta pálida como respuesta, con unas letras casi borradas, en un idioma que desconocían. Y así, se sabían en contacto con unas manos que también, por unos segundos, sostenían al pájaro, sintiendo el loco palpitar de su corazón entre los dedos.

 

Un día el vencejo no regresó. Nadie lo notó hasta que, pasado el verano, toparon con las cintas guardadas, enrolladas sobre sí mismas, tan misteriosas como el secreto que contenían.

 

Y así terminó todo. Un día cualquiera.

2 comentarios

O. C. P. -

Una pequeña maravilla esto que has escrito, como lo son los misteriosos vencejos.

noemi -

Todo es hasta el momento de dejar de serlo :)