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Frustarado. Memorias de un paraguas transilvano.

Hojas.

Hojas.

El día era blanco. Y gris. Pero el gris siempre estaba presente, así que tenía la cualidad de ser obviable y obviado.

Sujetaba el bastón entre sus manos, o quizá era el bastón el que sostenía.

La calle se encontraba llena de soledad y luz tamizada, arrojada con capricho para conceder un deseo. Y él seguía mirando, sin placer ni anhelo.

Se levantó un suave viento que agitó la ropa tendida de las cuerdas que decoraban las terrazas como guirnaldas de colores. Y cuando llegó al árbol, una lluvia de hojas salió despedida, como confeti de una fiesta. Hacían un ruido sordo, de rasgar de mil enaguas, de aplausos en un teatro, de papel de caramelo retorcido con intención musical.

Contempló maravillado el espectáculo. Recordó el colegio. Recordó los ciclos a los que el planeta está sujeto. Recordó sus clases de biología. Y siguió mirando la danza rojiza que se desarrollaba ante sus ojos.

Entonces se preguntó a qué había dedicado su vida.

6 comentarios

Dieneris -

el pasado importa, el futuro importa. Y todo lo que dicen de vive el momento es una mentira piadosa ante el terror de lo que se nos ha venido y viene encima.
Y aun así, ¿qué decir? Que sonrío en el presente y es una forma que he encontrado de ser feliz.

la sombrilla insoalda -

Deyector: Me gusta eso que has dicho. Pero supongo que no pensaremos lo mismo cuando un mar de arrugas surque nuestra cara. Entonces nos dará miedo mirar hacia el mañana, y nos aferraremos al pasado.

Deyector -

¿y qué más da? lo que importa es lo que haga ahora, y mañana, el pasado, pasado es

carlos -

demasiado rojo, para el primer día del invierno.

y es toda una señal de que el invierno entra muy despacio. Como la danza de los planetas.

*

El hombre de hojalata -

Igual el árbol de Oz se ha dejado llevar por la felicidad. Pero quizás, él un día se sintió en la piel del viejo, y aquel vendaval de hojas rojizas a parte de devolverle la visión, le hizo olvidar su edad y lo más importante, los grises días pasados.

Seguro, él me lo contó, hará ya cinco, tal vez seis años. ¿Pero que importa eso?, para él, el tiempo dejó de tener importancia.

El árbol de Oz -

Y su recién estrenada felicidad venía de su mano caminando por una divertida senda de baldosas amarillas que solo podía conducir a nuevos mundos desconocidos por él, llenos de magia y alegría donde uno puede divertirse y liberarse de la cárcel de la existencia. Era un loco, pero al fin un loco felíz.