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Frustarado. Memorias de un paraguas transilvano.

Título Falso: Falsa Historia.

Ya le habían hablado de él. Así que no le sorprendió cuando, como hacía siempre, se coló en el baile a escondidas y se lo encontró allí. Sus amigas lo miraban con desconfianza. La mujer del estanquero les había confesado entre nerviosa y abrumada, que cuando fueron presentados, le había besado la mano.

Sentadas alrededor de una mesa pequeña, charlaban animadas sin descuidar nunca el reloj, el enorme reloj de pared, que como siempre, con oronda redondez y burlón soniquete de tuercas y tornillos, anunciaría la hora en la que deberían marcharse, para que en sus casas nadie sospechara de dónde gastaban sus tardes.

Él se acercó con paso decidido, pero sin la ansiedad que solía mostrar el resto del mundo en situaciones similares, casi como si se estuviera esperando su llegada desde muchos años atrás. Amablemente, inclinándose suavemente hacia delante, pidió permiso para hacer compañía al grupo de muchachas. Sin mediar palabra, todas se corrieron un puesto alrededor de aquella mesa, y un sitio quedó libre para que él pudiera sentarse.

Lucia lo miró con curiosidad, pero sin descaro. Él rechazó la falsa modestia de la que debería hacer alarde alguien que pudo ser llamado ilustre, pero al que el azar de la caprichosa sucesión le había arrebatado un título, que en realidad nunca echó de menos. Comenzó a silabear aquellos trazos de su vida que podían crear un boceto de su persona, y pese a no renunciar nunca a la corrección que le habían marcado a fuego, mucho más allá de la piel, no había alarde en sus palabras.

Su historia, como él mismo reconocía, no tenía nada de especial. Era una copia exacta de otras vidas ya vividas por gente como él, mucho antes. Una burda repetición, que ni siquiera era original. Palabras fetiche que hicieron compañía a muchos otros, antes que a él: Juego, amigos y alcohol. Y por esta última brindó levantando su copa.

Allí llegó en busca de un pasado sin el cual podía perfectamente continuar, pero al que quería rendir homenaje, como último acto de valentía en su vida, emulando burdamente a aquellos a los que se llamaba “hombres”.

Entonces, Lucía, llevada por la infinita compasión que aquel ser le había arrancado de algún sitio escondido, que ni ella misma sabía que tenía dentro de sí, se permitió advertirle sobre aquellos de los que él se hacía acompañar en sus salidas nocturnas, paseos y almuerzos. No era buena gente el marinero. Ni tampoco el estanquero.

-Se creen que me engañan, Lucía- dijo profundamente conmovido.- Se creen que me engañan. Pero no pueden. Nadie puede. Nadie conseguiría engañarme más de lo que ya estoy.

Y Lucía contemplaba aquellos ojos de vidrio, esperando ver más allá de la tristeza que reflejaban, un ápice de calor que le dijera que estaba vivo.

-Señorita – pronuncio nada más había agotado el aliento de su última afirmación - ¿Puedo cogerla de la mano?

- No – dijo secamente Lucía.

- Lo imaginaba – y en sus ojos, al fín, una chispa – Pero tenía que intentarlo.

3 comentarios

F. Arrabal -

Estamos hablando del apocalipsis y hablemos del mileniarismo Cojones ya!!

Que está esto muy parado.

O.C.P. -

De lo mejor que he leído en tu blog.

El lector regulero -

Vengo a contártelo a ti, porque tú me
comprendes. Si se lo dijera a los demás de Comala dirían que estoy loco, como siempre
han dicho que lo estoy.
-No. Loco no, Miguel. Debes estar muerto.